Friday, November 30, 2012

hoy, hace quince años...

foto: Robert Mapplethorpe


murió la escritora Kathy Acker, en la clínica holística American Biologics de Tijuana. Murió frente al Pacífico, del lado mexicano. Murió de un cáncer metastaseado en hígado, bazo y pulmón, le comenzó en el pecho (Due to breast cancer, the deaths of girls were occurring everywhere. Pussy, King of the Pirates).

          Tres años antes de la detección de cáncer, Kathy daba una conferencia en The New College Theater de San Francisco, en una serie de mesas titulada “In Extremis, Writing at the Century’s End”. Esta conferencia fue videograbada por S.S. Kush para sus archivos de Cloud House Poetry y la cinta de esta grabación fue transcrita por Quintan Wikswo y editada por Robert Glück. Once años después de esta conferencia y cuatro años después de la muerte de Kathy, Robert Glück (et al) publicó esta charla como texto dentro del libro “Biting the Error”. Diecinueve años después de tal suceso, y quince años después del fallecimiento de Kathy, se las comparto en español. El título de dicha intervención es homónimo al cuento de Ernest Hemingway al que alude. Ojalá mi traducción no destruya exquisitas pupilas, de todas formas, adjunto el original en inglés, en un scribd que también puede ser descargado.







LOS ASESINOS




Déjenme comenzar, ya que estamos hablando de narración, contándoles una historia. Muy simple. Mi historia comienza con mi amigo Bob Glück, que un día, érase una vez, como comienzan las estructuras en las historias, me dijo que tenía cierto hábito –un hábito para disuadir sus propios hábitos- de pedirle a sus amigos que le dieran consejos de lectura. ¿Qué debería leer él, Bob Glück? Tal vez por perfeccionarse, quizá todo lo contrario. Así que Bob Glück va con Kevin Killian, otro amigo, Kevin, ¿qué quieres que lea? Kevin responde, “Los asesinos” de Ernest Hemingway. Tras escuchar esta historia, y ya que esta es una historia, le dije, Ay, Bob, qué raro, ¿Hemingway? No es raro, respondió Bob. Todos los estudiantes de literatura de San Francisco State, aman a Hemingway
            Dos noches después de esto, tuve el siguiente sueño. Primero tengo que decirles algunos detalles sobre mi infancia para aclararles este sueño. Nunca conocí a mi padre. Pese a que estaba casado con mi madre, la dejó cuando estaba embarazada de mí de tres meses. 
            Cuando tenía veintiséis años, a causa de un accidente, rastreé a la familia de mi padre. Les escribí y me respondieron que me aceptarían en su familia y quedamos de conocernos. Pensé que iba a conocer a mi verdadero padre, pero sólo conocí a mi primo hermano. Me dijo (creo que estaba un poco loco, bueno, no loco, sino excéntrico, porque la gente rica nunca está loca) que quizá no debía conocer a mi padre. ¿Por qué? Porque mi padre mató a alguien que se estaba metiendo en su yate. Tras permanecer seis meses en un manicomio, el Estado le perdonó los cargos de homicidio. Entonces mi padre desapareció. Nadie sabía dónde estaba, dijo el primo. Así es que abandoné la búsqueda de mi padre, mi vida, en ese momento, ya era suficientemente difícil y este nuevo lío no valía la pena. 
Cuando tenía treinta, mi madre se suicidó. 
Suficiente de mi infancia. 
            Tuve el siguiente sueño: soñé que estaba buscando a mi verdadero padre. En mi sueño, yo sabía que esto era tonto porque mi padre estaba muerto. Ya que yo no soy tonta, yo, o la soñante, pensó que debería intentar encontrar a mi padre y así poder escaparme de esa casa regenteada por una mujer. Fui con un detective privado. Me llamó, “dama”. 
            El detective privado, que puede ser un amigo, me dice que mi caso es fácil. Me gusta ser fácil. Comenzamos nuestra búsqueda. Acorde a sus instrucciones, le cuento a mi investigador privado todo lo que sé de mi misterio. Me toma varios días relatarle todos los detalles. Era verano en Dallas. Todo era amarillo. No recordaba nada de este primer periodo de mi vida, de mi infancia. Después de este no-recordar, recordé joyas. Tan pronto como mi madre murió, un joyero se abrió. El joyero, con una sola división, tenía interiores de terciopelo rojo. Tal vez estaba soñando con la panocha de mi madre. Recibo una joya color verde. No sé en dónde está esa joya ahora. No tengo idea de lo que le pasó. Este es el misterio del que estoy hablando. 
            El investigador privado prosigue con mi asunto. Tras un par de días, viene con el nombre de mi padre: Olen. Este nombre no significa nada para mí.
Olen, el nombre de tu padre es Olen. Además, tu padre mató a tu madre. 
            Pienso, por no decir pensé, que es posible. El detective continúa dándome detalles de mi padre. Es de Iowa y de sangre danesa. Todo esto puede ser cierto, porque, ¿cómo podría yo saber si es o no verdad? 
            Cuando desperté de este sueño, recordé detalles sobre el suicidio de mi madre. Se mató ocho días antes de navidad. Una nota con su puño y letra estaba tendida junto a su cuerpo muerto, decía que su perro poodle blanco estaba con tal y cual veterinario. Nada más. Pero a pesar de la nota, los policías estaban convencidos de que mi madre había sido asesinada por un hombre cuyo nombre ignoraban. No obstante, era navidad y no habría investigación policíaca porque los policías querían regresar a sus casas, a la calidez navideña y las fiestas. 
            Por primera vez en toda mi vida, tuve el siguiente pensamiento. Mi padre pudo matar a mi madre. Después de todo, ¿qué si mi verdadero padre está loco? En ese momento, me aterroricé. Si mi padre había matado a mi madre, ahora podía estar planeando matarme a mí. 
            La semana pasada estaba de gira y me encontraba en una presentación en Roanoke, Virginia, en donde conocí a este absolutamente maravilloso escritor, Richard Dillard, Richard me dijo que cuando era jovencito, tuvo su primer encuentro con un hombre durante una puesta en escena de “Los Asesinos”, en el teatro local de Roanoke.
Fin de la historia. 
            También debo mencionar que en “Los Asesinos”, el nombre del sueco que será masacrado por los asesinos, es Olen. 
            Ahora, ¿es esto que les acabo de decir una historia? Desde luego es narrativa, ¿verdad? Y cada incidente, en realidad sucedió. Así es, fue real. Pero, ¿una historia? Las historias son sobre algo. Y lo que les acabo de decir no es sobre nada. Ni siquiera sobre mí. Una historia, sabes que una historia tiene que ver con el realismo y lo que les acabo de contar, aunque cada pedacito fue real u ocurrió, no tiene nada que ver con el realismo. 
        Escuchen otra voz mientras continuamos en nuestra búsqueda del tesoro, o de la narración. La voz de Julio Cortázar.
Casi todos los cuentos que he escrito pertenecen al género llamado fantástico por falta de mejor nombre, y se oponen a ese falso realismo que consiste en creer que todas las cosas pueden describirse y explicarse como lo daba por sentado el optimismo filosófico y científico del siglo XVIII, es decir, dentro de un mundo regido más o menos armoniosamente por un sistema de leyes, de principios, de relaciones de causa y efecto, de psicologías definidas, de geografías bien cartografiadas […] Ese adorable orden mundial –que gobernó armoniosamente con todos sus principios- sabemos que ya ha terminado.

            Muy bien, un poco más sobre realismo. Richard Dillard llama, correctamente, “reductiva” a esta estructura narrativa llamada realismo. 
            Pero, ¿no era ésta la historia central de la ficción realista del siglo XIX?, exclama en su reseña de la maravillosa novela “Poor Things” de Alasdair Gray. La historia central de la ficción realista: nacemos, nos deformamos por herencia biológica, por fuerzas económicas más allá de nuestro control y nuestros prejuicios culturales, más allá de nuestro reconocimiento, y finalmente morimos con nuestros sueños fallidos sobre nuestros labios secos.
Realismo: reductivo y deshumanizante.
     Hay otro orden, dice Cortázar, más secreto y menos comunicable. Que el verdadero estudio de la realidad no reside en las leyes sino en las excepciones a esas leyes, que han sido algunos de los principios orientadores de mi búsqueda personal de una literatura al margen de todo realismo demasiado ingenuo.
            Ahora, regresemos a la narración que les conté. Ni siquiera puedo decir de qué va: la conversación de Bob Glück, mi sueño sobre mi verdadero padre, el recuerdo de Richard Dillard. ¿Dónde, en esta narración, permanece lo real? Permanece en las conexiones entre estos tres segmentos, en las conexiones entre los eventos “reales” y los huecos, los silencios. En los descensos. ¿Descensos de qué?
            En “Moby Dick”, Melville, habla de la realidad como los intersticios mediante los cuales caemos. Hay otra forma, una forma más profunda de poner esto, de proceder en nuestra búsqueda del tesoro. Estos intersticios pueden llamarse caos, o lugares donde el lenguaje no puede ser, o muerte. Cuando cuentan historias, los humanos, intentan apegarse a un sentido. Yo creo que la narración o la narrativa que intenta encontrar lo real, negocia entre dos órdenes de tiempo: el tiempo del reloj y el caos. Debo decir que entre más lo pienso, más creo que la escritura es sobre el tiempo. El escritor juega –cuándo estructurar la narrativa, cuándo la narrativa se estructura a sí misma- con la vida y la muerte. Él o ella, maniobran entre el orden y el desorden, entre el sentido y el sinsentido y eso es hacer literatura. 
            No obstante, en la escritura narrativa, estos movimientos entre el tiempo del reloj y el caos, son más complejos. Para empezar, consideremos un aspecto del tiempo en la novela: el tiempo que toma escribir una novela. Una novela es una gran cosa. Usualmente toma, por lo menos, un año y, a menudo, varios años. Durante ese tiempo, la vida del escritor cambia. Entonces, ahí permanece ese tiempo, todos los cambios verdaderos por los que el escritor ha ido atravesando –el tiempo que le toma escribir la novela. 
            Toma tiempo leer una novela. Una novela es algo que muy raras veces lees de una sola sentada. Entonces, ese tiempo se incorpora en los recuerdos del lector, todos los intersticios, el lapso de tiempo entre lecturas, todos esos regresos a partes iniciales de la novela, etc. Finalmente: el tiempo ficticio. El tiempo dentro de la historia o de la narración. Hasta en “Rayuela” hay un tiempo ficticio. En este sentido, estructuralmente, una novela es una triada de tiempo. 
            Quiero, rápidamente, considerar de nuevo el realismo. Dentro del reino del realismo, yace la suposición de que el lenguaje refleja todo lo que no es lenguaje, ¿verdad? De eso se trata la narrativa: decir qué es o qué debe ser verdad. La narrativa refleja la realidad. 
            ¿Necesito decir: ¡qué simple!? Quiero preguntar, ¿por qué nos molestamos en ser tan simples? ¿Por qué molestar con la mentira del realismo? ¿Por qué ser tan miserables, tan reductivos, cuando podemos jugar? Si voy a contarles lo que es el realismo por reflejarlo, por contarles una historia que exprese la realidad, estoy intentando decirles cómo son las cosas. Dejándolos ver a través de mis propios ojos, les doy mi perspectiva moral y política. En otras palabras, el realismo es un simple método de control. El realismo no quiere negociar, profundizar, ni siquiera saber del caos o del cuerpo o de la muerte, porque aquellos que practican el realismo quieren limitar las percepciones de sus lectores a una realidad céntrica –que en esta sociedad siempre es falocéntrica. Soy el elegido, dice el escritor de realismo. Yo te estoy contando la realidad. Tengo esta misma discrepancia sobre el reducir cualquier cosa a una sola identidad. 
            En otras palabras, detrás de cada problemática literaria o cultural, yace lo político, el reino del poder político. No hay torres de marfil. El deseo de jugar, de hacer que las estructuras literarias jueguen en y con lo desconocido o con los reinos incognoscibles, esos de riesgo y muerte y carencia del lenguaje, son el deseo de vivir en un mundo expuesto y peligroso, ilimitado. Jugar, entonces, con ambos, estructura y contenido, es el deseo de vivir en el asombro.