La semana pasada se cumplieron cuatro años de la muerte de David Foster Wallace. El 12 de septiembre de 2008, Wallace, decidió terminar con su vida en su casa de Claremont, CA., tras meses de sufrir la más severa de sus depresiones.
Después de su muerte, Karen Green, su esposa, y Bonnie Nadell, quien fuera su agente literaria, encontraron un manuscrito inacabado1 (que tenía la leyenda: ¿Para el adelanto de LB? –Little, Brown & Company, su editorial) y algunos archivos sueltos en su computadora, que parecían pertenecer al mismo manuscrito. The Pale King era el título tentativo de la obra inconclusa, a la que Wallace se refería como “the big thing”. Tras el hallazgo, llamaron a Michael Pietsch, editor de Little, Brown & Company, quien voló inmediatamente a California para regresar a Nueva York con el caótico manuscrito y la bibliografía que Wallace utilizara de abrevadero en su escritura. Pietsch, que conocía la escritura de Wallace, pues en anteriores trabajos había fungido como su editor, hizo una tarea casi paleográfica, detectivesca, de repaso, investigación, revisión, edición y reescritura (en la que asegura fue lo más respetuoso posible del estilo, tanto, que se permitió dejar algunos detalles de continuidad, por no saber si éstos fueron descuidos o intencionalidades) de la obra. (Cuando Karen Green le entregó el manuscrito, los discos floppy, usb, libretas, apuntes, libros y otros documentos que pudieran guiarlo en su tarea, se despidió de Pietsche con un Have a nice divorce, a manera de broma, por todo el tiempo que le llevaría hacer el rompecabezas de la novela.) Un par de años después de haber iniciado dicha tarea, se anunciaba la próxima publicación de una obra póstuma de David Foster Wallace. The Pale King, vio, oficialmente, la luz, en abril de 2011.
La novela causó una gran expectativa entre los antiguos y los más recientes lectores de David Foster Wallace (como era de esperarse, con la noticia de su muerte, llegaron también nuevos lectores y, con la nueva demanda, la reimpresión de sus obras). La novela fue bien recibida por los lectores y la crítica, aunque, invariablemente, las favorecedoras y/o halagadoras opiniones, partieran de la premisa de una obra inconclusa. Es decir, la novela fue medida con la vara de un documento cuya riqueza permanece en el hecho de su interrupción, una obra negra de la que se especula una hermosa arquitectura de haber sido terminada. En menor medida, también hubo crítica no favorecedora, de la que percibí dos variantes: por un lado estaban los que jamás habían leído la obra de Wallace y se aventuraron con The Pale King como la primera cosa en el universo del autor, arguyendo, las más de las veces, que era una novela aburrida, sin pies ni cabeza, hermética, lenta, etcétera (y claro, el mundo lector está en su derecho de elegir lo que se le pegue la gana en orden de sus lecturas, pero yo soy más de la creencia de que para disfrutar ciertas cosas, hay que entenderlas, qué sentido tendría si el quehacer lector fuera involutivo); por otro, la crítica informal (en contextos casuales, donde no hay rigurosamente un análisis, sino fraseo aleatorio) de otros autores o gente del medio literario en los Estados Unidos, que terminaban no hablando de la obra en sí, sino de la persona que el autor había sido mientras aún respiraba; el recelo y la sospecha prejuiciosa de que una persona mamona no puede ser un buen escritor (¿_? R= Sí) (La última fue la de Bret Easton Ellis en Twitter, que no va hacia de The Pale King, sino hacia Wallace y Every Love Story Is a Ghost Story, la biografía de David Foster Wallace, escrita por DT Max. Entre otros muchos tweets sobre David Foster Wallace, Ellis dice, en menos de 140 caracteres: “…David Foster Wallace, el escritor más tedioso, sobrevalorado, atormentado y pretencioso de mi generación” // 6 de septiembre de 2012, 01:59 A.M.). Sí, aún hay quienes confunden la buena literatura con las buenas intenciones, y viceversa.
Tuve (¿tengo?) una relación en extremo sensitiva con la ¿novela? Primero, y aquí va una confesión, me negué a leerla. Desde que me enteré que sería publicada, no tuve intenciones de buscarla entre las novedades: algún día, pensé. Y ese día llegó, un año después; me la encontré en una circunstancia no rara, pero sí simbólica: hacía fila en una caja para pagar otro libro. Y ahí estaba, y era El rey pálido, así, en español, con traducción de Javier Calvo y en Mondadori. Era mi cumpleaños 30. Estaba sola. Mi autofestejo sería ir y comprar algún libro, regalarme algo, un trofeo por mi treinta aniversario. Después de hojear algunas cosas, me decidí por un libro, uno solo. Y ya en la fila para pagar, vi que la persona delante de mí, soltó un libro que al final resolvió no comprar. Lo dejó aleatoriamente sobre una torre de superación personal. Leí, fotográficamente, el título y, más conscientemente, el nombre del autor. La ironía de los objetos sin sujetos. Empecé a ojearlo en la fila y sólo me desensimismó el saludo de la cajera y su ¿ése también? Y le dije que sí. Era mi cumpleaños. Tardé una semana en decidirme a leerlo. Coqueteaba, lispectorianamente, con la idea de postergarlo para una ocasión especial, pues siempre he disfrutado los libros de David Foster Wallace (y aquí léase “disfrutado” con ánimos objetivos, no que la escritura del autor sea un masajito de pies), pero me ganaron la curiosidad y el hedonismo. Bad Idea!
Comencé la novela con el mismo prejuicio de la obra negra que pudo haberse convertido en un hermoso edificio. Un "lo que pudo ser". Quise estar al pendiente, pretenciosamente alerta de encontrar rasgos, guiños, estilos, focos, referencias… qué de nuevo… qué de distinto. Pero prontamente olvidé la frivolidad del marcatextos para resbalarme en el bucle de su narrativa. Esa espiral que atenta la gravedad y sube, solamente para caer con más fuerza, más profundamente. Eso que ya había olvidado, la terrible sensación que me da leer a David Foster Wallace. Y esta novela es, precisamente, su obra más depresiva, una deconstrucción de la tristeza, el pesimismo es un iceberg y aquí es lo que hay debajo.
Hace años, aprendí de Wallace, el término exformation (que él aprendió de Tor Nørretranders), en un ensayo sobre Kafka2, en el que sentenciaba que la prosística de Kafka es subarquetípica y exformativa (algo así como el artificio de protosensaciones, acción-reacción primitiva, una arqueología de los primeros temores, sorpresas, dolores, lo que yace debajo, previo a todas las capas semánticas que hemos ido adquiriendo). El ensayo, tiene como causa, enseñar a leer a Kafka, leerlo de otra manera. En ese entonces tuve la idea de proponer La Metamorfosis como lectura obligatoria en una prepa con alumnos que nunca en su vida habían leído un libro completo; mi objetivo era que cualquier persona que hubiese tomado mi clase de "Introducción a la literatura", pudiera no sólo jactarse de haber leído tal obra, sino tener herramientas de análisis para hablar de la misma, aplicarla en analogías situacionales de la vida propia, enamorarse de Kafka y buscar el resto de su obra no por obligación, sino como el inicio de un gusto adquirido. Mientras yo explicaba la exformación con un monito parado sobre un suelo que simula ser la información y debajo de ese suelo las capas exformativas que permiten que ese suelo informativo sea semánticamente sustentable, David Foster Wallace se colgaba en el patio de su casa. No sé si yo encontré la exformación kafkiana que explicaba, pero fingí que sí, después de todo, cualquier cosecha es posible en los fértiles campos semánticos. Lo que sí encontré fue que esa exformación kafkiana, que Wallace afirmaba con apostura, era algo que él mismo aplicaba a su propia obra. Es decir, no sé si la obra de Kafka es exformativa y arquetípica, pero la obra de Wallace sí lo es. El ejemplo es que me faltan palabras para analizar, para cotejar, decir porqué me deprimió tanto, tanto que la abandoné. Fue una cuestión de salud. El rey pálido me causaba un efecto físico de pesadumbre en el que los momentos divertidos, sarcásticos de la obra, no contrarrestaban la tristeza. Y no exagero, sólo estoy siendo subjetiva. Leer El Rey Pálido fue un doppler, no un libro que se cierra para continuar con las actividades de la vida, es una novela para vivir con ella hasta que se llega a la última página, ya cuando ha modificado la información de las células. Por eso tuve que retomarla con las debidas precauciones, aunque predispuesta a que algo (o mucho) dentro de mí, ya no volvería a su formato original.
La novela es, a primera leída, la historia de cinco personajes, cuyo común cronotópico es llegar a su primer día de trabajo en el Servicio de Impuestos Internos, en la Agencia Federal de Recaudación Fiscal de los Estados Unidos3. Conforme avanzamos, sabremos que la historia está siendo escrita-narrada por un ex-empleado de la Agencia, y pretende ser una meta-memoria de aquellos días de trabajo. David Wallace4 es el narrador omnisciente, que en ocasiones se convierte en actante secundario, en otras es personaje principal y las veces que se reconoce a sí mismo como el escritor de la historia, es un narrador metadiegético que utiliza notas al pie de página, cuyas funciones son la oración subordinada, el entre paréntesis freestyle y la digresión orgánica que simula crecer fuera de la historia “verdadera” (ecstatic truth ÷ accountant’s truth). En los primeros ¿capítulos?, la intencionalidad polifónica está bien definida, después, el mismo narrador metadiegético, advierte que dejará de “definirnos” las fronteras fónicas, pues ya familiarizados con la obra, esta aclaración será redundante; lo que sigue a esta aclaración, será una mezcla de voces y una intermitente intromisión del narrador metadiegético que imposta notas, desdibujando las fronteras fónicas, caotizando, sutilmente, las otras voces.
El Rey Pálido es una autopsia del aburrimiento, su deconstrucción, entender la raíz y la lija cultural-lingüística que lo ha ido convencionalizando; el aburrimiento que dejó de ser una sensación pasiva para convertirse en un ente activo, un enemigo, un peligro, una temida enfermedad, el principio de la tristeza. (Ab [sin] horrere [horror].)
Para mí, por lo menos de forma retrospectiva, la pregunta interesante de verdad es por qué el tedio resulta ser un impedimento tan poderoso para la atención. Por qué nos apartamos instintivamente de lo aburrido. Tal vez sea porque el aburrimiento es intrínsecamente doloroso; tal vez sea de ahí de donde vienen expresiones como “aburrimiento atroz” o “aburrimiento mortal”. Pero puede que haya más. Puede que el aburrimiento esté asociado con el dolor psíquico porque algo resulta aburrido u opaco no consigue suministrar el bastante estímulo como para distraer a la gente de otra clase más profunda de dolor que está siempre presente, aunque solamente sea un nivel ambiental muy bajo, y que la mayoría de nosotros nos pasamos casi todo nuestro tiempo y energía intentando distraernos para no sentir, o por lo menos para no sentirlo de forma directa o con toda nuestra atención. Cierto, todo esto es bastante confuso, y cuesta hablar de ello en abstracto… pero está claro que tiene que haber algo detrás no solamente del hecho de que haya hilo musical en los lugares aburridos o tediosos, sino de que hayan puesto hasta televisión en las salas de espera, junto a las cajas de los supermercados, en las puertas de embarque de los aeropuertos o en los asientos traseros de los coches todoterreno. Walkmans, iPods, Blackberrys y teléfonos móviles que se ajustan a la cabeza. El terror al silencio carente de distracciones. No se me ocurre nadie que hoy en día crea realmente que la supuesta “sociedad de la información” actual sea una simple cuestión de información. Todo el mundo sabe que en el fondo hay algo más.5
Las especulaciones del narrador
metadiegético, David Wallace, van con rumbo a la sospecha, casi paranoica,
orwelliana, de que todo está diseñado hegemónicamente para ser un distractor,
el temor instintivo versus el temor adquirido. El aburrimiento es una amenaza
para la adaptación y sólo unos cuantos lograrán sortearlo sin aditamentos
distractores, enfocándose en las cosas que son, aparentemente, importantes y
sustanciales para la vida. Es un empleo aburrido el de sus personajes, oompa
loompas de la fiscalía, navegan en las aguas de las cifras, en las cantidades
de consumo y producción: la energía y su combustible para que el proyecto
humano se siga llevando a cabo. Tememos al aburrimiento, eso es de facto. Los
procesos burocráticos están diseñados para ser tediosos, para temerles, para no
querer entrar en ellos, para mantenernos alejados de entenderlos. Y a este
temor es a lo que se dedican los de El Rey Pálido. Pero ¿qué los llevó hasta
ahí? Las circunstancias analépticas que los condujeron a tal oficio, se
compaginan con los capítulos del presente narrativo de la historia y el
presente metadiegético del autobiógrafo. Controlfreaks, weirdos, huérfanos,
adolescentes problemáticos, depresivos, médiums reprimidos: un catálogo de la infancia
justifica el devenir de este oficio: del aburrimiento: de la novela. Hay algo
sumamente irónico que llamó mi atención, y es que deconstruir y escribir sobre
el aburrimiento no sea aburrido sino contemplativo. Hay, claramente, una
intención de narrar la estética del aburrimiento, de representar lo aburrido a
la velocidad del aburrimiento pero deconstruyendo esquemas, excarvando la
exformación y haciendo a un lado los escombros prejuiciosos, semiológicos del
concepto aburrimiento: una gota de agua sobre el cristal, solitaria, resbala y
se estanca; espera… inexorablemente engorda cuando es alcanzada por los hilos
de su rastro; parece que va a reventar pero se mantiene estática, con
posibilidad de disminuir por evaporación o de traspasar las fronteras del
cristal con una casi invisible condensación. Pero súbitamente resbala, un poco,
rápidamente y lo hace tan rápido que nos cuestionamos si en realidad se movió o
si fue una alucinación efectuada por el
deseo. La gota en su verticalidad, con su nobleza de líquido dispuesto a
modificar sus formas según lo que la contenga. Esférica el agua, al centro el
mundo al revés, otra perspectiva, casi nada es afuera de itinerar en su dentro;
una esperada sorpresa es de pronto que caiga y explote en un mínimo charco:
perímetro brillante que ahora refleja su origen de techo. Por la contemplación
de la gota, sabemos que, inevitablemente, la gravidez (y 9.81 m/s2
es su exformación). Hemos saltado la ola de aburrimiento y ha sido maravilloso
y estamos del otro lado y probablemente lo hayamos disfrutado, tanto, que quizá
regresemos al mundo de las distracciones para repetir la sensación, esa
experiencia de las antinomias. Así siento al leerlo.
¿Es ésta una novela, o un
documento cuyo valor permanece en el motivo de su interrupción? ¿o en el
renombre de su autor? ¿o en la tarea casi paleográfica de editarla? Piestch,
sentencia en su prólogo a la obra, que la novela no sería la misma de haber seguido
vivo David Foster Wallace. Es redundante que lo diga. A mí no me parece que sea
la cúspide en la obra del autor, pero es una parte importante de su cosmogonía
literaria. Al leerla no pude evitar hacer relaciones con sus otros trabajos:
Infinite Jest (novela), Oblivion (relatos) y A Supposedly Fun Thing I'll Never Do Again
(ensayo). Esta relación es tan estrecha que casi me atrevo a pensar que
pudieran ser uno solo. Escuché por ahí, luego de especular, que uno de los
relatos de Oblivion, Incarnations of burned children, fue, inicialmente, un capítulo
de The Pale King. Lo que me hizo pensar que no estoy muy errada en esa
comparación. Había una constelación gestándose. Por eso creo que es importante
leer estas tres obras, previo a aventurarnos con The Pale King, mas cada quien
puede hacer lo que le venga en gana, es sólo una sugerencia. Es decir, "mi
sugerencia" no es que la novela sea ilegible sin el previo conocimiento de estas
tres obras, tiene que ver más con el nivel de disfrute (y aquí vuélvase a
leer "disfrute" con ánimos objetivos), de la relación que iremos generando con el
autor. Como obra independiente, considero que su valor va más allá de la obra
negra, del morbo en la forma de su interrupción. Pietsch hizo un buen trabajo.
No creo que ésta sea una obra inconclusa, que deba leerse como tal, es más una
versión de la última novela de David Foster Wallace. No lo que pudo ser, sino
lo que es, así, sin justificaciones. Y funciona, a mí no me tuvo saltando de
carcajadas, estuve consternada, triste, abatida y otros mil sinónimos que den
idea del impacto. Y no es que sea una obra explícitamente triste, es, exformativamente,
desgarradora, lo que en mi mundo significa que es una muy buena novela. Y nada más.
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1 David Foster Wallace trabajó en The Pale King durante diez años, comenzó a escribirla luego de publicar The Infinite Jest. Mientras la escritura de la novela sucedía, escribió y publicó otros libros.
2 El ensayo se titula Some remarks on Kafka's funniness y es parte del libro Consider the lobster and other essays. Puede leerse en línea.
3 La agencia se encuentra en Peoria, Illinois.
4 En la novela nos enteramos que un David Wallace decide comenzar a utilizar su segundo nombre, Foster, a partir de un malentendido con un homónimo de mayor rango, que comienza a trabajar en la agencia el mismo día que él. De ahora en adelante será David Foster Wallace.
5 Wallace, David Foster. El Rey Pálido. Argentina: Editorial Mondadori, 2012.