[…]no hay
una literatura de mujeres. Sería una mala noticia, porque
sería un apartado de
la gran literatura universal, masculina, algo menor.
Marie Darrieussecq en la conferencia: “El poder y el papel de
la mujer en la literatura”.
El libro
llegó a mis manos de forma amorosa: me lo regaló una gran amiga escritora a la
que quiero y admiro muchísimo. La única recomendación me animó a leerlo,
postergando otros títulos de mayor urgencia; parafraseo la genuina economía de
ese creo que te va a gustar, pues aun
la predeterminación de una afinidad, es más que agradable saber que alguien
piensa en los posibles gustos de alguien a la hora de regalarle un título. Y
más todavía: cuando quien lo piensa imagina el abanico de posibilidades con las
que el contenido de su regalo ensanchará tu trabajo como lectora y tu oficio de
escritriz.
Marranadas
es un libro de prosa fluida, lo que no quiere decir que sea sencillo. Hay, en
las imágenes de Darrieussecq, una complejidad desautomatizadora, contrastada
por la voz cándida y clasemediera de una mujer simple. Y he ahí su encanto: el
surrealismo no se domestica, porque existe la sorpresa de una metamorfosis que,
alegóricamente, es una crítica del sistema: la sexualidad, el clasismo y
machismo, en una complitud que se maneja desde lo políticamente incorrecto y que
se justifica ante la candidez de una personaje tragicómica.
Una
vendedora de perfumes, da masajes relajantes a sus clientes (que en un principio
son hombres y mujeres, ya luego la clientela será solamente masculina), al
tiempo que comienza a experimentar cambios corporales traducidos a un simple
aumento de peso, aunque proporcionado. La piel se engrosa y más rosácea, le
brinda a ésta un sex appeal de fertilidad, básica estética de apareamiento ante
esa urgencia tan humana de evitar la extinción de la especie. La curvilínea
vendedora de perfumes saca provecho de esto; más en el plano de la seguridad
personal que le brinda el sentirse deseada, que en lo económico (el que se
embolsa el dinero es el gerente de la tienda). La novela comienza con una
mujer-puerca que apenas sostiene la pluma que le produce terribles calambres al
escribir: […] tengo que escribir este libro sin más dilación, porque si me
encuentran en mi actual estado, nadie querrá escucharme ni creerme. Así
comienza la historia, la mujer-puerca narrará los menesteres que la han llevado
a tal ¿deformidad? Los detalles son pocos, o más bien, generales. Tanto, que
esto puede percibirse más como un recurso narrativo que como una impertinencia
en la intencionalidad. Este generoso juego, da al narratario de Darrieussecq,
la posibilidad de imaginar el monstruoso cambio como algo concreto o de abstraerlo
en alegorías: quizá toda la parafernalia de la metamorfosis ocurre en su mente
y en la realidad aparente, los personajes extras sólo ven a una mujer de
comportamiento extraño (porcino), cuyo semblante humano va extinguiéndose ante
el cansancio de nuestra época; igual que ocurre con la otredad urbana no
insertada en el sistema: back to the roots!
Hay, sí,
dentro de esta narrativa de imágenes surreales, veintemil referencias: Esopo,
Kafka, Cronenberg, etc. Pero, insertando a la autora dentro de un marco generacional,
y ya que comparte esa cuna condicional con Virginie Despentes, y que la novela
fue desarrollada apenas previa al Y2k, existe esa intuición evolutiva de la literatura
incómoda. En ese entonces de su producción-publicación, ya existía
Trainspotting, el splatter punk era un tesoro vintage, Despentes se asía del
grunge para atentar la lengua, Santacroce florecía entre el asfalto de la
tradición italiana (bajo el cobijo de la Juventud Caníbal) y en Estados Unidos
comenzaba a gestarse The Burned Children Generation. Darrieussecq, con
Marranadas, vino a acurrucarse en ese abanico diverso que untaba al mundo con
la premisa estética del fracaso occidental. La autora instaló su escultura de
fango entre aguas negras y abrió la puerta a otros lectores, los que no estaban
familiarizados con ese antídoto antitodo para que sus Marranadas devinieran un
best seller.
Mis
espectaculares críticas: exceso de personajes extras de los que se puede
prescindir en los créditos pero que la autora, de manera válida, echa mano para
circular su texto. Algunas descripciones generales que están de más. Y un final
que intuí desde la mitad de la novela (aunque esto último se encuentra saltando
la frontera entre lo predecible y la perfección de un final con el que yo y mi
control freak cerraríamos).
¿Vale la
pena leerla? Absolutamente. Su riqueza nociceptora cambiará nuestra percepción
del universo porcino y su bizarrez pansexual cubrirá todas nuestras necesidades
de verosimilitud. Además se lee en tres sentadas y es de una prosa adictiva.
La imagen
más ostranénica: abortos de fetos puercos cuyos cuerpos van enfriándose tras el
rigor mortis.