(you're down on your knees, begging us please, praying that we don't exist)
('cause we do it like thissssssssssssss)
.El monstruo se resiste a cualquier clasificación construida en la
jerarquía o en la mera oposición binaria y, en cambio, exige un sistema
que le permita polifonía, reacciones mixtas (diferencia en la igualdad,
repulsión en la atracción) y resistencia a la integración […] la
existencia del monstruo es un reproche al límite y al encierro […] La
geografía del monstruo, colmada de repulsión hacia los métodos de
organización del conocimiento y la experiencia humana, es una expansión
del riesgo y, por lo tanto, siempre se disputa el espacio cultural.
Jeffrey Jerome Cohen, “Monster Culture”.
Desde la invención de la palabra monstruo, es decir, desde su composición etimológica, se le impuso una función social: la de comunicar al pueblo la voluntad de los dioses (monstrat futurum, monet voluntatem deorum: muestra el futuro y nos advierte de la voluntad de los dioses); voluntad generalmente punitiva. Conforme el convencionalismo, la figura del monstruo fue democratizándose, aunque continuó siendo el mensajero de la desgracia, de la tragedia, como efecto de comportamientos que atentaran la armonía de lo establecido. Amplió su estafeta institucional hacia el imaginario de la ética, el monstruo se convirtió en un otro. Desde la esfinge del Monte Ficio, en Edipo, hasta el Chupacabras, la aparición del monstruo es una metáfora que refleja las complejidades de cada época: los aliens en la Guerra Fría, el revival de los vampiros post-sida y ahora el auge de los zombies (Jerome Cohen, autor del texto que utilizo como epígrafe, propone un entendimiento de la diversidad cultural a través de los monstruos que cada idiosincrasia ha creado o sincretizado: historia, raza, geopolítica, creencias y necesidades, circunstancias). El monstruo ha sido todo lo opuesto a lo agradable y la comodidad, no puede domesticarse, y si pudiera, entonces dejaría de ser un monstruo (pese a las intentonas de redimirlo: el monstruo como double agent en apologías androcéntricas). En este sentido, las “reglas” de la monstruosidad parecieran intransigentes.
Ondina Acrílico y grafito sobre tela. 195 x 130cm. |
En la obra Unheimlich, Imaginário Popular Brasileiro, del brasileño, Walmor Corrêa, el artista propone una perspectiva inédita o acaso muy poco transitada de reconocer o reconocernos en el monstruo. El título de esta serie hace referencia al concepto acuñado por Sigmund Freud en el texto homónimo, Das Unheimliche [2]. En su ensayo, Freud propone el concepto unheimlich como efecto de una disonancia cognitiva suscitada por todo aquello que nos es familiarmente extraño, lo entrañable reprimido, lo que genera una incertidumbre intelectual o una lógica desconcertada (en el campo de la lingüística, Julia Kristeva dice que un unheimlich se produce cuando el símbolo deja de ser símbolo y reviste toda la eficiencia y toda la significación de lo simbolizado […] el signo no es vivido como arbitrario sino que asume una importancia real […] y su arbitrariedad se desmorona en beneficio de la imaginación [3]). En Unheimlich, Imaginário Popular Brasileiro, Corrêa parte de esta premisa freudiana, aunque añadiendo otras reflexiones y nuevas interrogantes. Amplificando su campo semántico, ergo, sus posibilidades de existencia, se refiere a ellos no como monstruos sino como seres o entidades. Y no, esta forma de referencia no se reduce a lo políticamente correcto, pues no hay en Unheimlich un discurso redentor o apología, sino una búsqueda por la apertura de circunstancias, nuevos alvéolos, desocupados alvéolos, otros ángulos de percepción que no respondan sino que generen cuestionamientos inéditos en nuestra lógica desconcertada...