es absolutamente necesario morir, porque, mientras estamos vivos,
carecemos de sentido, y el lenguaje de nuestra vida (con el que nos
expresamos, y al que atribuimos la máxima importancia) es intraducible:
un caos de posibilidades, una búsqueda de relaciones y de significados
sin solución de continuidad. La muerte efectúa un montaje fulmíneo de
nuestra vida: o sea, elige sus momentos de veras significativos (ya no
modificables por otros posibles momentos contrarios o incoherentes) y
los pone en sucesión, convirtiendo nuestro presente, infinito, inestable
e incierto, y por lo tanto lingüísticamente no descriptible, en un
pasado claro, estable, cierto y que, así, deja describir
lingüísticamente (en el ámbito de la citada semiología general). Sólo
gracias a la muerte, nuestra vida nos sirve para expresarnos.
El montaje, entonces, hace con el material de la película (constituido
por fragmentos, larguísimos o infinitesimales, de tantos
planos-secuencia como posibles subjetivas infinitas) lo que la muerte
hace con la vida.
Osservazioni sul piano-sequenza: 1967.