Desde el equinoccio de primavera, todos los días (hoy, por ejemplo, a las 12:59 pm, huso del Pacific Time Zone), entra por el ventanal un rayo de sol que convierte mi vida en un momento de diurna discoteca. Un instante (15 minutos, aprox.) en el que ejercito la alegría, ese ente heterodoxo, neoténico, exformativo y complejo.
La
trayectoria de la luz en mis paredes es un evento del mundo, un diorama: réplica
transducida al electromagnetismo. Todo lo que no veo y sucede, lo que ocurre
sin mí y/o a pesar de mí.
He
bautizado a este fenómeno: "la epifanía disco ball". Hoy, recordé (constante
coincidencia, btw) que en el cuento, Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, Borges dice que Bioy dice que en "Uqbar", existe un heresiarca, cuya doctrina
sentencia que, el visible universo es una ilusión o (más precisamente) un
sofisma. Los espejos y la paternidad son abominables, porque [al humano] lo multiplican y
lo divulgan. Pensé en los espejitos y su reflexión, el disco ball es mi
genética acumulación de instantes; algo que durante quince minutos me divulga y
luego muere.