Tuesday, April 07, 2015

yukis de calostro (o '¿Qué has hecho tú, dime, aparte de morirte en México?')*


a Giuseppe Campuzano


A mi nombre lo preceden los reflejos de un disco ball. Preludio de mí son los fragmentos de luz que salpican con su generosidad La Historia, bar de ambiente inaugurado durante la prohibición en la primera calle donde comienza la patria. A mis achichincles, mexicanos todos, dije: que excusa sea la sed de los gringos pero jamás olvidéis que ha sido mi muerte el real motivo. Mi muerte simbólica, of course, de fantasía la llamamos en el ambiente. “Volveré y seré millones”, me sonreí a mí misma por la espontaneidad con que acuñé esta frase en mi camerino, un tenderete de cartón que desorbitadamente subió de estatus en cuanto yo lo pisé. Su plusvalía trajo mares de fanáticos que querían su pedacito, pero yo, generosa que soy y siempre he sido, me decanté por regalárselos a unos escritores para que hicieran sus libros. Se fueron muy contentos, aunque luego me preocupé cuando una de mis damas comentó que de ahí tendrían para comer; pobrecillos, no sé cuánto tarda el cartón en digerirse. Recordé aquello que alguna vez me aconsejó mi prima Vicky: Beware of artists. They mix with all classes of society and are therefore most dangerous. Pero en el país de los dieciocho climas y los cuatrocientos volcanes y de las mariposas grandes como pájaros y los pájaros pequeños como abejas, en el país de los corazones humeantes, la sociedad es de excéntrica gastronomía. Yo, Reina del Mundo, Patrona de las Antípodas, Redentora de los Ferales, yo, que por evitar el envenenamiento he saciado mi sed sólo con agua del cielo y me he alimentado únicamente de los huevos de mi gallina portátil, no he conocido imaginario más inexorable que el de estos oriundos cuando del hambre se trata (53.3 millones de estómagos en extrema creatividad, según el CONEVAL). Más turbio se ha vuelto el ámbar de mi mirada cada que la inventiva de estas gentes atestiguo; mis ojos verdes que otrora se fascinaron al observar al talabartero de la corte cuando curtía el cuero de los cerdos para hacer zapatos, con una mezcla de emociones, también han escrutado cómo aquí ese mismo cuero es hundido en un cazo de cobre con la manteca ardiente extraída del animal para, una vez freído, ser degustado de múltiples e inimaginables formas, lo llaman chicharrón. Lo hay de cerdo pero también de vaca. El cuero de esta última, en ocasiones no es freído sino cocido en una salsa enchilada, como un caldo, al que nombran mientras se les aguan las papilas: menudo. Alguna vez escuché que se acabaron los colchones porque hubo que rasgarlos para darles la paja del relleno a los caballos, y se acabaron los caballos porque hubo que matarlos para darles de comer a los oficiales, y se acabaron los cadáveres porque se los comían los perros, y se acabaron los perros porque se los comían los soldados. Abunda la creatividad gastronómica entre las gentes de aquí, por eso, aunque un poco me preocupó, no me sorprendió que los escritores fueran cartonívoros. Con indiscriminación engullen insectos ortópteros, iguanas y hasta esos hermosos animalitos que viven en perpetuo estado larvario y que un argentino hizo famosos. Bien conocido es mi amor por estas criaturas que, sin éxito, intenté agregar a mis títulos nobiliarios, aunque luego me sirviera como epíteto de ambiente: La Madre de Todos los Ajolotes. Yo, Emperatriz del Viento, fui así nombrada por los ginecólogos y comadronas de la corte, pues cuando en múltiples ocasiones me sentí en estado, todos diagnosticaron que estaba preñada del aire, supuesto fornicio con mi amante el viento: embarazo psicológico o empacho por flatulencias. Pero no sabían, ignorantes que son, que era un ajolotito, porque si alguna vez he tenido dentro de mí algo vivo, no ha sido ni es un ser humano, sino un ajolote, y yo lo sé porque cuando estoy sentada en mi mecedora con la cabeza baja lo veo crecer en mi vientre que es redondo y transparente como una pecera. Mi nombre de fantasía es un cordón umbilical piteado, nutrientes sus néctares de maguey: La Madre de Todos los Ajolotes. Un brasier de carne me traviste el pecho, son los senos de Santa Águeda humectados con formol para a granel el corazón pudrirme. Los reflejos aluzan La Historia, mis títulos son nombrados uno a uno en las bocinas, mi piel se vuelve mestiza, la gente aplaude, stand-up comedian o dea ex machina: hoy soy la Reina de los Voceadores. Les traigo noticias: comienzo mi número leyendo en voz alta los encabezados del periódico; me aman.








*Este texto fue publicado con modificaciones en el No.200 de la Revista Tierra Adentro para conmemorar los 80 años del natalicio del escritor Fernando del Paso. Fui convocada, junto con otras narradoras, para reapropiarnos y recrear el célebre monólogo final de Carlota en la novela "Noticias del Imperio": Yo soy María Carlota Amelia Victoria Clementina Leopoldina, Princesa de la Nada y el Vacío, Soberana de la Espuma y de los Sueños, Reina de la Quimera y del Olvido, Emperatriz de la Mentira: hoy vino el mensajero a traerme noticias del Imperio, y me dijo que Carlos Lindbergh está cruzando el Atlántico en un pájaro de acero para llevarme de regreso a México.  

Mi colaboración, la versión tal cual la envié (con citas y entrecomillados, referencias y alusiones) es la que aquí publico.