Wednesday, July 08, 2015

[ gustav meyrink ]








Así como en los días tórridos la tensión eléctrica crece hasta volverse intolerable y termina por engendrar el rayo, ¿no podría ser que la acumulación incesante de esos pensamientos jamás renovados que envenenan el aire del gueto produjese una descarga repentina, una explosión espiritual que como un latigazo proyectara a la luz del día nuestra conciencia onírica?... Por un lado, en la naturaleza, el rayo… por otro, una aparición que por su aspecto, su paso y su comportamiento revelaría infaliblemente el símbolo del alma colectiva, si supiéramos interpretar el lenguaje secreto de las formas… Y así como muchos signos anuncian el estallido del rayo, ciertos presagios angustiantes revelan la inminencia de ese fantasma en el dominio de la realidad. El revoque que se resquebraja sobre un viejo muro dibuja una silueta que recuerda a un hombre caminando, y en las flores de la escarcha, sobre la ventana, aparecen rasgos de rostros congelados. La arena del tejado parece caer de otro modo, haciendo sospechar al observador irritado que un espíritu invisible, al huir de la luz, la arroja y se ejercita en secreto modelando toda suerte de figuras extrañas; si nuestros ojos se detienen sobre una costra monocroma o sobre las desigualdades de la piel, nos vemos abrumados por el don angustioso de ver por todas partes formas premonitorias, cargadas de sentido, que adquieren en nuestros sueños proporciones gigantescas. Y siempre, como un hilo rojo que corre a través de esos intentos esquemáticos que hace el pensamiento colectivo por perforar las murallas de lo cotidiano, la certidumbre dolorosa de que lo más íntimo de nuestro ser nos es arrancado con premeditación, nuestra voluntad, simplemente para que el fantasma pueda adquirir forma.















Der Golem, 1915.