Tampoco murió la Enana.Escapó en su patatú carioca, aunque, la pobre, más adefésica y escuchimizada que antes, si es posible.Desapareció en el delta, cuidadora de perros para barcazas y, según parece, viviendo con ellos, sarnosa y nocturna, ella que era tan pizpireta y presumida.Pero, ver para creer: travestida en varón, con un trajecito de terciopelo blanco y un gran lazo punzó en el cuello, guantes de cabritilla y un perrito personal, chiguagua para no romper las proporciones, y monísimo, hecha un verdadero príncipe arrogante y veleidoso, exigiendo un cambio completo de maquillaje y vestuario a la menor contrariedad, o la substitución de todo el equipo técnico, hoy triunfa en Hollywood.Con el pseudónimo tolosano de Hervé de Villechaise, y una biografía mechada con anécdotas hurtadas al curriculum de las grandes estrellas, o al de la nobleza napoleónica, como un verdadero bebé foca, pasó a nado y sin mal la frontera, suscitando el desquicio de los pastores alemanes que vigilan el estrecho río, y que, perturbados por sus olores, comenzaron a babear y a dar vueltas en redondo, tratando, los muy sangrones, de morderse la cola.Sin más bagaje que su verborrea y un saco de cuero de bandido siciliano, que ahora substituía, repleto de drogas y de navajas, a la pavosa carterita de galalí con fruticas de brilladera, se personó un día solicitando un empleo de chofer de locomotora, para un trensito de niños, en los estudios más prestigiosos de la Meca del Séptimo Arte.Lo contrataron enseguida, pero para protagonizar una serie policíaca. Y en cine sonoro.Hoy, con sus veintisiete kilos y esa estatura que justifica el socorrido aforismo sobre el perfume bueno, aparece en una revista americana mostrando sus residencias secundarias, y en las últimas piscinas que disfruta, palanganas deformes que él mismo diseña.Se ha casado tres veces, y sus mujeres, de talla normal, aseguran que es un amante excepcional.Aprendió a cocinar.
Colibrí (Editorial Diana, 1988. Primera edición).