Fue la excusa ramificada. Quizá el gusto de la mano que a lo lejos se agita. La labor, el oficio: seguramente. El regreso y la huída oportunos. Una lectura aristotélica. La amistad: inexorable pretexto el departir el pico de una botella. Risas. La desautomatización del café (el mejor del DF según el análogo cálculo de su crudo duelo / subjetiva matemática) por la mañana mientras se lee el periódico de dos países. 33 mineros a la superficie. Alegría fue el vilipendio cariñoso de unos motes. Un flan en la resaca me devolvió el corazón a su lugar (adjunto: mondadori en cincuenta pesos), o tal vez fueron los tacos de canasta con los que celebramos que existas en el viejo continente. Debajo de la lengua pocos nombres, ¡salud por ello, putarraca! Otras risas. Que si que no que la piel de gallina al sonido de una orquesta: la heredad. Alguien muere, siempre, para poder disfrutar del monto. Eso es la transmigración, hubo un recuerdo en sacrificio, te dije mentalmente. Celebramos todas y criticamos las que no (los setlist no son perfectos, serían oximorónicos). Probablemente cruzaría la Vía Láctea con el solo objeto de descontextualizar la machaca (tráfico de chiltepín anexo).