Thursday, March 21, 2013

Proserpina [extractos*]






“¡Oh, Cupido, hijo mío, mi arma, mi mano, mi poder!, toma esos dardos con los que vences a todos y clava las veloces saetas en el pecho del dios al que correspondió la última de las suertes en el reparto de los tres reinos […] ¿Es que no ves que Palas y Diana cazadora han renunciado a mí? Si lo consentimos, también la hija de Ceres permanecerá doncella […] Más tú, en favor del reino al que los dos nos hemos asociado, si en ti hay afecto por ello, une a la diosa con su tío paterno”, dijo Venus.
Él abrió el carcaj y por decisión de la madre tomó de entre mil flechas una sola, la más acerada, la más segura, la más dócil al arco y apoyando el arco en la rodilla, curvó el flexible cuerno y clavó en el corazón de Plutón el gancho de la caña […]
Las ramas mantienen la frescura, la humedad de la tierra, flores del color de la púrpura de Tiro; hay una primavera perpetua.
Y mientras con la lozanía de su juventud llena las cestas y los pliegues de su vestido y rivaliza con sus compañeras en vencer en la recogida de flores, tan pronto como la vio Plutón, la amó y la raptó; hasta tal punto se apresura el amor. La diosa, atemorizada, llama a gritos lastimeros a la madre y a las compañeras, pero con más insistencia a la madre y, como había roto la parte superior de su vestido, las flores que había recogido cayeron de la túnica rasgada; y era tanta la sencillez de sus años infantiles, que también esta pérdida trastornó su corazón de doncella […]
Mientras tanto, la madre de Proserpina, alarmada por la suerte de su hija, la buscaba en vano por todas las tierras y todas las profundidades de los mares. Ni vio interrumpir la búsqueda Aurora, que llegaba con sus cabellos húmedos, ni tampoco el lucero de la tarde […] Apenas la diosa lo reconoció, como entonces hubiese comprendido al fin que había sido raptada, se mesó sus cabellos en desorden y se golpeó el pecho con las manos repetidas veces. Ignora todavía dónde está; sin embargo, increpa a todas las tierras, las llama ingratas e indignas de las cosechas a ella debidas […] con su mano despiadada rompió los arados que revuelven la tierra e igualmente en su ira da muerte a los labradores y a los bueyes de labranza y ordenó a los campos que no devolvieran lo recibido y corrompió las semillas. La fertilidad de la tierra, conocida en el mundo entero, se convierte en falsa […]
Entonces la amada de Alfeo sacó su cabeza de las aguas procedentes de la Elide, retiró sus cabellos que chorreaban de su frente hacia las orejas y dijo: “¡Oh, madre de la doncella, a la que has buscado por todo el orbe y madre de las mieses!, pon fin a tus inmensas fatigas y no descargues tu violenta ira sobre una tierra que te es fiel […], bajo tierra por el remolino de la Estigia, vi con mis propios ojos allí a Proserpina. Estaba triste y el espanto no había desaparecido todavía de su rostro, pero, sin embargo, es reina, es la soberana del mundo de las sombras, es la poderosa señora del rey que gobierna los infiernos […]
(Ceres,) con el rostro sombrío, los cabellos sueltos y furiosa, se presentó ante Júpiter y dijo:
“¡Oh, Júpiter!, como suplicante he llegado a ti, por mi sangre y por la tuya. Si la madre no halla gracia ante ti, que la hija conmueva el corazón del padre; y te conjuro a que no sea por ella menor tu inquietud, porque haya salido de mi seno. He aquí que, por fin, tras haberla buscado durante tanto tiempo, he hallado a mi hija, si tú llamas encontrar a perderla con más seguridad o llamas encontrar el saber dónde está. Soportaría el hecho de su rapto, con tal de que la devuelva; pues no mi hija, sino la tuya, no merece tener por esposo a un ladrón.” Júpiter le contestó: “Tu hija es para mí como para ti una prenda y una carga común; pero si conviene dar el verdadero nombre a las cosas, esta acción no es ultraje, sino amor, y este yerno no nos sonrojaría, si tú, ¡oh, diosa!, das tu consentimiento. Y suponiendo que faltan otros títulos, ¡cuán grande es el de hermano de Júpiter!, ¿qué, pues, ya que no faltan los demás ni es inferior a mí si no es porque la suerte lo dispuso? Pero si tienes tan gran deseo de separarlos, que Proserpina regrese al cielo […]
(Júpiter,) mediador entre el hermano y la afligida hermana, dividió con equidad el curso del año. Ahora la diosa, divinidad común a los dos reinos, pasa con su madre tanto tiempo como con su esposo. Al instante cambia el estado de su espíritu y de su rostro, pues la frente, que antes podía parecer triste también a Plutón, está radiante de gozo a la manera del sol, al que oscurecían unas nubes cargadas de lluvia, cuando de ellas sale victorioso. 








*Las Metamorfosis (Libro V), Publio Ovidio Nasón.
(Las fotos corroboran el regreso de Proserpina a la tierra, a mi cuadra)