Saturday, June 14, 2008

probando [1-2-3]... probando (esto es un simulacro)

La palabra de la semana (además de chingasatuputamadre) fue "simulacro". Leí el prólogo a las Obras Completas de Mario Bellatin, escrito por la siempresorprendente Diana Palaversich. Ella dice simulacro así: los textos que leemos no son reflejo o imitación del mundo real sino una construcción artificial, un simulacro. Ándese pasiando por la macro. Me encanta decir que soy una simuladora más que una mimética. Suena más chic. Me gusta más la idea de la simulación que la de la mimesis. Mimesis suena a perico. Simulacro es el ensayo de lo que no ocurre. Mimesis pareciera intuición; simulacro a retórica vital. Hoy, en una charla sobre lodesiempre (literatura) con mi roomie de la vida y del amors, nos preguntábamos cómo fue que llegamos a esto. Es decir a este instante con esta vida y esta charla: cómo. Cómo llegué al momento de estar tipeando esto. Él, tan poeta. Yo tan narradora. Repetí lo de siempre. Soy narradora porque encontré que soy una simuladora y además que es un oficio. No puedo hablar de mí, no soy autoreferente. No me considero tan interesante pero puedo simular que sí.
El oficio de simuladora me viene desde niña; cuando descubrí la finitud. Cuando vi Las Profecías de Nostradamus y supe del temor general del fin del mundo. Anoche alguien me dijo dramática y no lo refuté, y es que sí, probablemente mi vida es un ensayo del fin del mundo. Había un rumor en la escuela. El mundo iba a oscurecer por tres días. Con mi domingo compré unas velas, eran tres. Las guardé en la preconcepción de que si el mundo se iba ir a la soberana oscuridad al menos, yo, estaría iluminada. Mi mamá me cuestionó las velas y cuando respondí, obviamente se burló. Yo estaba ya simulando lo que no. Las velas se convirtieron en una mancha sobre el papel del gabinete. Y entonces comencé a coleccionar un montón de simulacros. Cualquier potencialidad, expectativa o esperanza se conviertieron en simulación. Mi primer amor fueron cartas lugarcomunescas bajo la almohada; mismas que, sobra explicarlo, yo escribía. Tenían el tono del amor que mi tradición televisiva. Las escondía bajo la almohada porque era el único espacio personal e íntimo (la cama de arriba de una litera modelo fonacot). Cuando mi mamá las descubrió (mi madre es una constante desmitificadora de hijas simuladoras) me preguntó quién era el niño. Ante la insistencia, no supe más que decir Sergio, el güerito listo y planchado de la clase. Mentira. Mi papá recriminó la juventud de mis diez años para tener un amor. Entonces la primera confesión. La vergüenza de decir que Sergio era yo. Que yo me amaba. Válgame la Virgen, esta niña es una loca. El suspiro resignado del papá porque era mejor estar loca que ser precoz. Y así se fueron dando los actos de simulación. Me robaron, estoy enferma, se me perdió, se me cayó y un sinfin de historias que no. Al inicio de la adolescencia descubrí que no estaba sola. Que había millones de personas en la historia del mundo que eran simuladores, que escribían libros, que simular no era un defecto sino un oficio. De aquí soy, me dije, tan listilla. Seré una simuladora de tiempo completo. Y héme aquí, simulando que esto, esto le importa a alguien:
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... toda identidad es un simulacro, es decir, una performance constituida por discursos y ademanes aprendidos y repetidos ad infinitum.
Diana Palaversich, Prólogo a la Obra Reunida de Sir Mario Bellatin