a las personas que tocan a mi puerta con una fe desbocada. No puedo. Sólo asomar el rostro entre la mosquitera de la puerta y decir: ahorita no, gracias. La exformación de mi no, gracias es: no, gracias, en este momento no necesito a su Dios porque tengo muchísimas cosas que hacer como ponerme un estatus en facebook, continuar con mi constancia en el twitter, ver a mi perro observar la calle o seguir leyendo cosas que me informan de manera sugestiva el porqué no debo creer en su dios y cómo, por ende, es usted, persona tocadora de mi timbre, quien está mal y no yo. No puedo decir no. Pero tampoco puedo decir sí. Es decir, si digo sí, mi mundo vale madres. Puedo quedarme horas y horas y horas e invitarlas a pasar a mi casa y ponerles un café o té, explicándoles e intentándolas sacar de su vital error. Y por lo tanto ellas vendrán a platicar conmigo cada fin de semana para hablar de lo mismo, y cada fin de semana tendré un nuevo número de la Atalaya completamente gratis. Y así todo será gnósticamente circular sin que ellas entren en mi corazón ni yo en sus cerebros. Por eso evito siquiera asomarme, sonreír, decir buenos días. Me oculto en lo más recondito de mi casa, asomándome sólo a veces para ver si ya se fueron, si ya no están esperándome escondidas detrás de un coche, pegadas a la pared de la siguiente esquina. Incluso salgo de la casa sospechando de cualquier persona, sé que en algún momento puede quitarse su máscara de ateo para convertirse en un testigo. Quizá sueno teofóbica pero no lo soy. De hecho me gusta platicar del asunto pues me parece muy cool que su ideología esté basada en el amor de la humanidad predestinada por un ser supremo (aunque su realidad amorosa esté llena de guerras, y sanguinarios líderes religiosos que exprimen a los fervientes).
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Hace mucho, cuando era niña y vivía en Monterrey, algún día, estaba teniendo una discusión con mi papá, as usual en el entonces. Yo tenía como diez años. Hablábamos sobre la onda de para qué hice la primera comunión y porqué somos católicos y no me quiero confesar cada mes. Mi papá, que no era muy católico, quizá viendo que le estaba rioteando su 'mini templo familiar', dijo: bueno, y ¿si no quieres ir a confesarte y ser católica qué propones ser? No sé, probar otras cosas, a lo mejor hay cosas más chidas y no sabemos porque pensamos que debemos de estar aquí (en eso vimos a dos jóvenes Testigos de Jehová, tocando otras puertas). ¿Querrías ser como ellos y en lugar de ir al catecismo tocar a las puertas? Pues no sé, a lo mejor, no sabemos. Pues si quieres ser como ellos, ve y díles, quiero ser como ustedes (mi papá solía retarme con esta clase de cosas muy a la Homero Simpson). Pues les digo. Pues ándele, vaya, que se vea. Pues sí. Pero que se vea, mija, ándele, muy chingoncita, vaya y dígales. Orita. Te van a poner una falda larga. Eso no me importa. Pues en calor, dígales. A'í voy. (Porras silenciosamente incrédulas de mi padre que sostiene una Carta Blanca y me observa desde el enfrente / mirada de no se raje : yo cruzando la calle). Desde ese día tomé clases cada domingo durante dos años de mi vida. Leí la Biblia (versión Testigos). Nunca me puse una falda larga. Aprendí muchas cosas pero también obtuve muchos miedos, los cuales probablemente no he sacado de mi inconsciente y yacen en el cuarto oscuro del terror cerebral. Sobra mencionar que a mi mamá le cagaba que no fuera a misa (como todos ellos) y me quedará a ver la permanencia voluntaria del canal 5 (yay!) mientras todos en la iglesia. Yo cumplía muy temprano con Elia (así se llamaba mi testiga), con la tarea de leer tantas páginas de la Biblia a la semana y cotorrearlas durante nuestra sesión. Y ya. Me gustaba. Pero de los diez a los doce hay una distancia llamada entraralasecu y le dije un día a mi padre, así, sin más: ya no quiero tomar clases con Elia, ya no quiero que venga (La Ojete, próximamente) y él gustoso se lo comunicó a mi mamá y ella extasiada se lo comunicó a Elia. Elia ya no fue a mi casa pero me regaló una Biblia que me encantaría decir que aún conservo pero ni siquiera sé dónde terminó. Cuando la veía en la colonia (era del barrio), la saludaba. Incluso un primo suyo estaba conmigo en la secu Yahir o Yohismar (sort of) y me decía: Elia te manda saludos.
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Tengo una relación con la gente de fe. No los odio ni nada así como mis compitas artistosos e intelectualoides. Me dan compasión (cheque que compasión es una sensación cristiana). No me gusta que la gente les diga pendejadas y les cierre la puerta. Mejor no abran una puerta que van a azotar en la cara. Cada vez que veo a alguno quiero decirle que su práctica de puerta en puerta está obsoleta: ¿quieres atraer miembros a tu religión, salvar almas? Internet, darling. Terrorismo world wide web. No hay de otra. Pero bueno, es porque quizá haya tenido contacto con ellos durante un tiempo. Porque la cuarta parte de mi familia es evangelista, 5% es bautista, 1% budista/taoista/existencialista y el resto son católicos y tigres. Argh.
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No puedo decir que no, por eso, hoy que las vi tocar a mi puerta (venía de pasear al perro), pasé mi casa como si no fuera mía. Dijeron buenos días y yo sólo sonreí levantando la cabeza mientras el perro estaba desconcertado. Me di otra vuelta y regresé para verlas algunas casas más adelante y entrar a hurtadillas.