*DFW, The Infinite Jest
Hace exactamente una semana se cumplieron tres años de la ausencia de David Foster Wallace. Pues bien, este señor escritor ha sido uno de los más grandes deleites que he podido disfrutar como lectora; como escritora, acepto la deuda-derrumbe de mis esquemitas old school, aprendidos de mis más grandes maestros hispanistas y, pero por supuesto, antiyankees. Lo dije una vez:
yo quise esnifar scotch para evitar esta lengua, así descubrí a Irvine Welsh. Pero, inherentes al
Químico de Edimburgo, los descubrimientos generacionales, se fueron dando: igual que una puberta que sale por primera vez de casa y se da cuenta de la vida más allá de Lope de Vega, Calderón de la Barca, Luis de Góngora y Argote, Quevedo, Sor Juana, los diarios de Colón Cabeza de Vaca las intolerancias culturales de Fray Bernardino de Sahagún las jarchas y los épicos bardos gachupines que podaban versos ensalzando a (esta perra puta y bastarda que necesitaba apellido para darle plusvalía a su vagina de tierra) la Nueva España. Tampoco fui tan ingenua, sabía de los quehaceres anglos por Oscar Wilde, Ezra Pound, James Joyce, Virginia Woolf, T.S. Eliot y Sylvia Plath (de letras una perpetua endogamia, salvo Eliot y Plath: land betrayers); de escoceses ochenteros [children of albion rovers] a italianos noventeros [gioventú cannibale], pasando por gringos del splatterpunk, el mundo se me fue dando. Y esta GRAN digresión es para ubicar mi relación con la literatura en la lengua madrastra [crg], idioma del capitalismo pero también, subjetivamente, del amorlove: el inglés.
Conocí a David Foster Wallace por una coincidencia que probablemente comparto con otros regiomontanos lectores: el cierre de las famosas Librerías Castillo. En aquel entonces (2003), las Librerías Castillo cerraron sus puertas y previo a esto, remataron su inventario de libros. Títulos y colecciones de Seix Barral, Lumen, Mondadori, Planeta, Aguilar, Bruguera, Espasa, Salvat, Edaf... en 5, 10, 15, 20 y 25 pesos; los más caros apenas si rebasaban los 100 pesos y algunos fueron, literalmente, regalados por el propietario de la tienda; libros y libros de todos tamaños, colores e impronunciables apellidos. Mi paraíso borgiano era más tropical e hiperconsumista: una librería en quiebra. Así, mi amiga Minerva y yo, nos desplazábamos por la zona centro de la ciudad, siempre haciendo una rigurosa parada en las Librerías Castillo que, aun sus inconmensurables ofertas, no terminaban por deshacerse de aquella bodega (bienaventurados los países no lectores porque de sus lectores será el reino de los libros -a'í disculpe la obviedad lacónica, no pude evitarlo y tampoco podré borrarlo). Barajeábamos títulos, escaneábamos mentalmente cuartas de forros, nos dábamos el lujo de seleccionar títulos rimbombantes, apellidos exóticos, brillantes colores de portadas. A veces hacíamos compras imaginarias y soltábamos toda nuestra selección para salir de la tienda con un par de libros que nos habían costado, a lo mucho, 20 pesos. Entre estas visitas, ella encontró,
La niña del pelo raro: David Foster Wallace, libro sin foto de autor pero con una portada extraña: el logo de Coca-Cola desenfocado. Lo compró, lo leyó y, como en aquel entonces compartíamos todas nuestras lecturas igual que quien comparte un disco, una revista, un artículo interesante y así tener de qué hablar o chismear en el futuro, me lo prestó. El tono de Foster Wallace requería toda mi atención, era difícil pero también sorprendente. No estaba preparada lectivamente en su tradición,
los escritores no escribían así. Sin embargo había algo, una cercanía extraña, el autor y yo compartíamos eso: la especie, el mundo. Y con esto quiero ir más allá que decir humano-planeta Tierra. Similares percepciones/sensaciones de la humanidad y su hábitat. No ambiciono compararme con Foster Wallace, sino como su lectora, pese a la dificultad de leerlo, entendía la atmósfera de su ficción.
Me reencontré con David, un par de años después. Tiempo que me había servido para desarrollar un estilo en mis lecturas. Ya tenía conocimiento de su generación (The Burned Children) y otros libros y otros autores me habían acompañado antes de esta nueva oportunidad:
Oblivion: un reencuentro que me enamoró, incluso de mayor forma que la primera vez. Tiempo más tarde, conseguí un libro con sus ensayos:
Hablemos de Langostas. Y así vinieron, otros dos años después, un cambio de ciudad y de modus y
Brief Interviews with Hideous Men e
Infinite Jest fueron mis testigos. Ese mismo año de lecturas (2008), en el estado al norte de mi nuevo hogar, David Foster Wallace, decidió quitarse la vida.
Lo supe por un periódico en línea. Vivía cerca de la playa, daba clases en una preparatoria y les acababa de enseñar a mis alumnos cómo leer a Kafka, según un ensayo de Foster Wallace ("imaginen que sus relatos tratan todos de una especie de puerta. Que nos imaginemos acercándonos y llamando a esa puerta, cada vez más fuerte, llamando y llamando, no sólo deseando que nos dejen entrar sino también necesitándolo; no sabemos qué es pero lo sentimos, esa desesperación total por entrar, por llamar y dar porrazos y patadas. Y que por fin esa puerta se abre... y se abre
hacia afuera: que durante todo el tiempo ya estábamos dentro de lo que queríamos."); les dije que el autor del ensayo era neoyorkino pero que vivía en California y que era maestro en Pomona College, en Claremont. Cuando supe de su muerte, no les avisé. De alguna forma siempre he creído en la exclusividad de los muertos, y este muerto era mío.
Hoy por la mañana releí una nota de Jonathan Franzen, publicada en la
Sonora Review #55 (no estoy segura si fue a finales de 2008, principios de 2009 porque me regalaron el número), dedicada a Foster Wallace. El texto son comentarios que Franzen hizo en un servicio póstumo dedicado a su amigo, David Foster Wallace, el día 23 de octubre de 2008 (The following are remarks from a memorial service for David Foster Wallace, held October 23rd 2008 by Jonathan Franzen). Sí, soy una llorona y por eso quiero compartirlo, aunque está en inglés: mi generosidad sólo llega a la transmisión directa de información que, si le interesa leer, puede agrandar con un clic (además no mamars, tiene 4 cuartillas).
The following are remarks from a memorial service for David Foster Wallace, held October 23rd 2008 (Sonora Review issue 55).
Del archivo de David Foster Wallace:
David Foster Wallace archiveY, por último, me permito copiar su cuento
Incarnations of Burned Children (
Oblivion, 2004), que diera nombre a la antología y a la generación de escritores norteamericanos,
The Burned Children Of America (Hamish Hamilton/Penguin Books, 2003, compilado por Marco Cassini & Martina Testa, con introducción de Zadie Smith).
Encarnaciones de niños quemados** Papi estaba a un lado de la casa colocando una puerta para el inquilino cuando escuchó los gritos del niño, y la voz de Mami subiendo de tono entre ellos. Se pudo mover rápido, y la puerta de atrás del porche llevaba a la cocina, y antes que la pantalla de la puerta se hubiera cerrado fuertemente detrás de él, Papi había abarcado la escena en su totalidad, la olla boca abajo en el suelo ante la estufa y el quemador de gas jet azul y el charco de agua en el suelo todavía soltando vapor mientras sus muchos brazos se extendían, el niño con sus pañales cargados manteniéndose rígido con el vapor saliendo de su pelo y de su pecho, y sus hombros escarlatas, y sus ojos hacia atrás, y su ancha boca abierta y parecía de alguna forma separada del sonido que había exhalado, Mami agachada, sosteniéndose en una rodilla con el trapo de cocina apuntando sin sentido al niño, unido a sus gritos, histéricos, así que estaba casi congelada. Una de sus rodillas y los pequeños y suaves pies al desnudo estaban todavía en la piscina de vapor, y lo primero que hizo Papi fue coger al niño bajo sus brazos y llevarlo lejos del vapor, transportándolo a un aljibe donde le quitó las cubiertas y arrancó la tapa para dejar que la fría agua de pozo corriera a través de los pies del niño mientras con su mano recogía y tiraba más agua fría sobre la cabeza, los hombros y el pecho, queriendo primero ver que el vapor dejara de salir del muchacho, Mami por encima de sus hombros llamando a Dios, hasta que él la envió a por toallas y gasas si es que había, Papi se movía rápidamente y bien, y su mente de hombre, vacía de todo menos de propósito, sin estar del todo enterado que tan rápido se estaba moviendo o que había dejado de oír los fuertes gritos, porque al oírlos, se detendría, haciendo imposible lo que debía hacerse para ayudar a su hijo, cuyos gritos eran tan frecuentes como su respiración y continuaron así hasta que se habían convertido en un sonido típico de cocina, algo más para moverse deprisa. La puerta lateral de la ranchera estaba colgada de uno de los goznes y se movía un poco por el viento, mientras un pájaro en el roble al otro lado del camino aparecía para observar la puerta con actitud engreída mientras los llantos todavía venían desde el interior. Las peores quemaduras parecían ser las del brazo derecho y las del hombro, el color rojo estaba desapareciendo del pecho y del estómago, convirtiéndose en rosa bajo el agua fría, y la planta de sus pies no tenían ampollas, según veía Papi, pero el pequeño todavía golpeaba y gritaba, exceptuando que ahora lo hacía solamente por reflejo del temor que Papi sabía que pensaría más tarde, su pequeña cara hinchada y de la que aparecían venas marcadas en su sien, mientras Papi seguía diciendo “estoy aquí, estoy aquí”, mientras la adrenalina fluía y la rabia de Mami por dejar que esto ocurriera estaba empezando a reunirse en fragmentos dentro de su extremadamente silenciosa cabeza. Cuando Mami volvió, él no sabía si rodear la cabeza del niño en una toalla o no, pero mojó la toalla y lo hizo, envolviéndolo bien fuerte, y levantando a su bebé fuera del pozo, depositándolo sobre el filo de la mesa de la cocina para relajarlo, mientras Mami trataba de mirar las ampollas de los pies, pasando una mano por la zona de su boca y murmurando palabras sin sentido, mientras Papi se arrodilló, colocándose cara a cara con el niño en la mesa mientras el filo de la misma estorbaba, repitiendo que “estaba ahí” y tratando de calmar los llantos del pequeño, pero él mismo todavía gritaba casi sin aire, un fuerte, puro y brillante sonido que podía detener su corazón, mientras sus pequeños labios y sus encías eran iluminadas con el celeste de una pequeña llama que Papi pensó en llevar, gritando como si casi estuviera de nuevo bajo la olla inclinada dolorido. Un minuto, dos como éste hubieran parecido mucho más, con Mami al lado Papi, hablando de temas tontos y sin sentido en la cara del niño y la alondra sobre la rama caía sobre él, con su cabeza hacia un lado y la bisagra poniéndose blanca en una línea desde el peso de la puerta inclinada hasta la primera voluta de vapor saliendo vagamente desde debajo de la toalla, mientras los ojos de los Papis se encontraban, y se hacían cada vez más grandes – el pañal, el cual cuando abrieron la toalla e inclinaron a su pequeño sobre la tela a cuadros mientras desabrochaban las suaves lengüetas, tratando de quitarlo, el mismo se resistió un poco, con nuevos gritos y estaba ardiendo, el pañal de su niño estaba ardiendo en sus manos, mientras vieron donde había caído el agua real y se había estancado, quemando a su bebé todo éste tiempo mientras gritaba para que lo ayudaran, y no lo habían hecho, no se les había ocurrido, y cuando finalmente se lo sacaron y vieron el estado de lo que había ahí, Mami dijo el primer nombre de su Dios y se aferró de la mesa, tratando de mantenerse de pie mientras Papi se dio vuelta y soltó un insulto en la cocina, maldiciéndose tanto a sí mismo como al mundo por no haberse dado cuenta la última vez, mientras ahora mismo, su hijo podría estar prácticamente durmiendo, si no fuera por la velocidad de su respiración y las pequeñas contracciones de sus manos hacia el aire, arriba de donde yacía, manos del tamaño del pulgar de un hombre, que se habían aferrado al pulgar de Papi en la cuna mientras observaba como la boca de Papi se movía creando una canción, su cabeza martilleaba constantemente y parecía ver mas allá de él, algo en sus ojos hacia que la soledad de Papi se apaciguara de forma extraña. Si nunca has llorado a mares, ten un niño. Rompe tu corazón por dentro y algo que alegrará al niño es la tonta canción que Papi escucha de nuevo como si la dama estuviera casi a su lado con él, mirando lo que han hecho. Horas después lo que Papi nunca olvidará de esto eran las ganas que tenía de fumarse un cigarrillo en ese preciso momento mientras le cambiaban el pañal al niño de la mejor forma posible con gasas y dos toallas de mano cruzadas, mientras Papi lo levantó como un niño recién nacido con el cráneo del mismo en su mano y lo llevaba rápidamente hacia la furgoneta caliente y quemaba llantas hasta el pueblo, llegando a la UCI del hospital con la puerta de la ranchera abierta así todo el día hasta que el gozne cedió, pero entonces era demasiado tarde, cuando sucedió no podía parar y no podían llegar a tiempo. El niño aprendió a dejarse llevar y ver como todo se desenvolvía por lo alto y lo que se hubiera perdido de ahora en adelante no importaba, mientras el cuerpo del niño crecía y caminaba, atrayendo a sus iguales, viviendo su vacía vida, una cosa entre cosas, su propia alma desaparecía como el vapor, cayendo como la lluvia y surgiendo como el sol, arriba y abajo como un yoyo.
**Traducción del también escritor y quien fuera su traductor al español, Javier Calvo.